Aaaaay, el primer día de clases que seguro muchos recordamos, *suspira*. Ese primer día en el que los nervios que salen de quién sabe dónde y empiezan a aparecer. Nervios por saber cómo te irá, por entrar a una nueva etapa de tu vida, por conocer a mucha gente, en fin, nervios que después se convierten en un: “hey”, pero las risas no faltaron, pues te das cuenta que todo resulta ser mejor de lo que pensabas.
Aún recuerdo mi experiencia del primer día de clases, empezando por tener que levantarme más temprano porque claro, en la secundaria todo cambia, ya eres un puberto que debe hacerse responsable de lo que hace, así que llegar antes a la escuela fue todo un reto y un oso porque sí, terminé llegando tarde cuando la puerta ya había cerrado.
Afortunadamente fueron buenos conmigo y no fui la única a la que le pasó, así que a todos los que estábamos afuera nos dejaron pasar pero eso sí, solo por ser el primer día de clases y el cambio de una rutina que no conocíamos, ¿eh?
Al entrar a la escuela, (en Cady Heron porque nueva, pero con toda la actitud) un lunes de ceremonia recuerdo, con mi peinado de coleta alta bastante estirado, uniforme de gala completamente limpio e impecable porque obviamente la primera impresión era la que contaba, pero viendo a los demás, todos estaban igual que yo pues era el primer día de clases y en ese entonces queríamos demostrar ser niños buenos.
Humillada quedé
Matemáticas a las 7:00 am, ¿en serio? ¿Quién carbura a las 7:00 am para tener una clase así? Pues era mi caso, pero por ser el primer día obviamente llegó el tan esperado momento de:
“Se van a levantar, se presentan y dicen qué es lo que les gusta hacer”.
Así que eso pasó y todo cool, empezamos a conocernos entre todos porque la mayoría de las clases eran así, aunque ya sabíamos de memoria los gustos del de al lado, los profes estaban empeñados en presentarnos y decir qué nos gustaba.
Sin embargo, como todo primer día y niña queriéndose hacer la chistosa, maleducada en ese entonces, y harta de tanto presentarme, se me ocurrió burlarme de una maestra de matemáticas, quien llevaba un zapato roto y se le veía la media.
Literal, en Cady Heron criticando a Caroline Kafft, pero la diferencia es que mi maestra, quien sí se dio cuenta porque me vio reírme al verle su zapato.
¿Te acuerdas?
Por supuesto apenada, pero sin miedo a nada, la maestra de matemáticas me humilló de regreso y sabía que me lo merecía, dejándome en evidencia con todos y claro, llevándome a la dirección en mi primer dia de clases. ¿Saben lo que es eso?
“Señorita, cuéntele el chiste a todos o párese y váyase a la dirección”, me acuerdo perfecto que eso fue lo que me dijo.
Bueno, pues resulta que como payaso humillada quedé, y además, me costó que mi maestra me odiara desde ese momento y yo quedara como Lady Zapato del primer día de clases, en la dirección contándole a una trabajadora social que me había dado risa el zapato roto de la maestra.
Obviamente, a nadie le conté que me burlé del zapato y todos estos años después, vine para contar que casi al final del ese primer año escolar descubrí que además, traía brillo labial barato en su diente chueco.
Aunque no estuvo tan mal
En fin, la mitad del primer día transcurrió y resultó ser bueno a pesar del incidente con la maestra, y olvidándolo, empecé a hablar con varios de mis compañeros, con penita pero con la confianza de pedirles estar juntos en el recreo, donde ahora sí, era momento de ver qué tanto vendían en la cooperativa y adaptarte a esos desayunos que se extrañan una vez que dejas la escuela.
El recreo también era el momento perfecto de hacer más amigos, buscar juntarte con los “más grandes” y hasta ver si había uno que otro chico al que podías “echarle el ojo” aunque claro, ese primer día era solo ver para después entrar en más confianza y ahora sí poder unírteles a su grupito.
Y así pasaba el primer día de clases…
Después del recreo, regresamos a las clases y con más seguridad, ya no tenía miedo de ser juzgada como “la morra de los plumones”, o la que se burló de la maestra… Al contrario, quería que vieran que yo iba preparadísima para tener los mejores apuntes pero eso sí, rotulados con mi nombre porque eso de andar prestando y que no los regresaran siempre pasaba.
Y así pasó el día, con varias clases más donde no hacíamos otra cosa más que presentarnos y nos dábamos cuenta de que efectivamente el primer día no se hace mucho, pero sirvió para conocernos un buen y saber con quién pasaríamos esos 3 largos años que terminan siendo de tus mejores experiencias en la vida…
Y se acabó mi día especial
En fin… Llegó el momento de la salida y había sobrevivido a ese primer día de clases al que temía tanto y temí por 3 años con esa maestra que me odió para siempre, y que seguramente ya no se acuerda de mí aunque yo de ella sí.
Al final mi primer día de clases se volvió uno de los más inolvidables por ser el comienzo de una nueva etapa a la que tienes que adaptarte sí o sí.
¿Y qué les cuento? El resto de la secundaria fue todo un show, ya que agarré confianza ese uniforme impecable del primer día de clases que tanto presumí, terminó siendo la razón de varias llamadas de atención de ese prefecto que siempre estaba atrás de nosotros y que también recordaré siempre.
Afortunadamente todo eso fueron experiencias que tenía que vivir y que además, fueron tan memorables que hasta hoy, las recuerdo y me siguen dando risa.
Si los niños de ahora supieran…