Cuando eras un niño y (creías que) el mundo era mejor, tenías que ir a la escuela enfundado en puras cosas con colores ostentosos y que olían a plástico. Para que recuerdes que esto pasó hace más de 20 años, recuperamos algunos de esos útiles que llevabas a diario en los noventa.
Los útiles escolares en los noventas eran mucho… pero no precisamente lo más útiles. Claro, cumplían con su función, pero casi todo tenía formas extrañas porque a los infantes de esos tiempos nos encantaba el exagere, el olor a plástico y las figuritas en todo.
Aunque también había cosas que cumplían su función y ya. Como este resistol, que era lo último que buscabas tener entre tus cosas, porque, sinceramente ¿quién quería que su cuaderno quedara todo aguado y con olor amargo?
Lo dicho: todo tenía colores y todo tenía que hacer algo más que solo hacer lo que hacía falta. Las tijera para hacer cortes ondulados nunca salvaron a alguien de una urgencia, pero todos las teníamos en el cajón.
Continuando con las necesidades extras, este lápiz era el dolor de cabeza de las “Miss Lupita” de todo el reino. No podían quitarnos esto, pero al mismo tiempo no podían dejarnos hacer trampa. La paradoja más divertida, que duraba los tres días en que no perdías cada lápiz (que pintaba mal y se rompía a la primera).
También los clips tenían esa necesidad de ser más extravagantes que necesarios. Los de colores costaba un poco más y muchas veces eran de plástico (o sea que se rompían y no apretaban tan bien como los de metal), pero qué más da. Igual nunca entregaste una tarea con uno de estos.
Cuenta la leyenda que alguna vez alguien utilizó el maxilápiz más de una vez y no solo para farolear con sus compañeros de escuela.
Incluso era más usado el estuche/lápiz, que por alguna razón compartía el mismo olor que las gomas, las mochilas, lapiceras, loncheras… ¿por qué todo olía a plástico dulce en esa época?
Las mochilas también era una necesidad añadida. Tener algo simple, con poco color y sin extrañas figuras o accesorios era lo mismo que ser como tu maestro.
Este es un clásico, tanto que no ha desaparecido. Y es que, contrario a sus contemporáneos, cumplía una función específica y no era exagerado. Muchos colores en una misma pluma que no era tan estorboso. Este es el legado de papelería de nuestra generación.
¿Ven? Todo tenía que parecer sacado de un ánime o era como no tener nada.
Las gomas tenían diseños tan, pero tan elaborados, que no sería extraño que tu mamá confundiera sus cosméticos con tus útiles.
Hubo un tiempo en esta tierra en que existían plantillas para hacer dibujos, que se utilizaban muy comúnmente para hacer portadas de bimestre. Y solo de un bimestre, porque siempre se rompían dentro de la mochila.
Como si esto se tratara de conchas, los noventas experimentaron con los útiles. Para muestra el lápiz-goma (que también olía a plástico perfumado):
Las gomas con formas y olores eran igual de populares que Christian Castro, así que has cuenta de cómo ha pasado el tiempo.
Los lápices también sufrieron mutaciones, siendo mutilados y cercenados cruelmente en objetos llamados “portaminas” o “lapiceros”.
Y los experimentos no pararon, pero sinceramente los “trolles empalados” siempre fueron un favorito de la chaviza.
Algo que sí fue una revolución era el sacapuntas/goma/barredora. Este cumplías todas las funcionas, demás de tener algunas etiquetas bien padriuris que se caían a los dos días.
Por otro lado, el reloj calculadora era un privilegio de los alumnos más pudientes, que tenían la posibilidad de hacer trampa con solo mirar la hora y poner en un dilema complejo a profesores y directivos.
Finalmente queremos recordar dos cosas que ojalá sigan vivas en las lapiceras millennias:
Los sellitos misceláneos.
Y los lápices espagueti, que nunca fueron útiles pero siempre fueron revolucionarios.