Y es que la vida no fue sencilla para Yudy, al menos no para encontrar su verdadera felicidad. Estuvo recluida durante ocho años en un convento, estudiando para convertirse en monja por obligación de sus padres y su familia.
Sin embargo, en el momento exacto que cumplió 18 añitos, fue cuando supo que podÃa ya decidir por ella y que ningún dios puede decirle qué hacer y que no. Por eso se escapó y comenzó una nueva vida como camgirl.
Asà comenzó su vida independiente, libre de toda atadura celestial, salvo las que ella eligiera. Por supuesto que no fue fácil, porque el mundo está construido para que las mujeres no puedan brillar de la misma forma que los hombres, pero encontró refugio, extrañamente, en el mundo de la pornografÃa.
Ahora se dedica a hacer cine erótico explÃcito, y vive una vida más tranquila y más plena que cuando estaba obligada a hacer y convertirse en algo que no la llena… de ninguna forma.
Al principio, cuenta, le costaba mucho no tener pena de lo que hacÃa. El mundo la hacÃa sentir ridÃcula y que lo que hacÃa estaba mal, a pesar de que es algo que ella disfrutaba y hacÃa por gusto, además de ser su forma de sustento.
De cualquier forma, ahora vive una vida que prefiere y que le gusta, no una que alguien le decidió antes de que ella pudiera tener la capacidad para hacerlo. Y, bueno, imaginen tener que usar la vestimenta de una monja con estos calores que hacen y el calentamiento global. Alabado sea el señor.