El final del semestre nos tuvo a todos con el Jesús en la boca. Y cómo no, si cada seis meses andamos dando hasta las joyas de la abuela por pasar con seis esa materia que te ha tenido tres años en quinto semestre de la prepa o cursando tu maestría en misma licenciatura.
Pero afortunadamente esto ya se acabó. Hubo guerreros y guerreras que sufrieron, otros que tuvieron éxito, pero lo cierto es que para nadie es indiferente que hayamos tenido que pasar por esta amarga agonía de vivir al borde del peligro y de la reprobación.
Pero también hubo quien mantuvo la actitud. Esos que llevan cuatro años en el mismo semestre y que tienen ocho exámenes extraordinarios de la misma materia. Esos héroes incomprendidos, enemigos del sistema educativo, son los que menos sufren.
Pero la verdad es que la mayoría somos como este perrito que nada más está esperando la noche para poder morir unas cuatro horas antes de despertar para acabar otro trabajo que su profesor no leerá.
Todos pensamos que vamos a empezar la remontada después de haber echado la hueva durante cuatro meses, pero eso es una vil mentira. Siempre terminamos pidiendo la hora y unas vacaciones chiquitas pero agradables.
Ojalá esto solo afectara nuestras boletas, pero también afecta nuestros rostros, nuestra vida y nuestro corazón que ya no aguanta un trabajo final más.
La desesperación en su punto máximo es lo que hace que los jóvenes de 20 años tengan arrugas hasta en la espalda.
Y es algo que no podemos ocultar, pero de cualquier manera tenemos que seguir adelante y cumplir, o la chancla vengadora de mamá vendrá por su venganza.
Así es como nos sentimos, la mera verdad.
Así se ve cada profesor que sabiendo cómo está la tempestad no se hinca y ya te dejó tres proyectos más para la siguiente semana.
Pero nunca dejaste de sonreír en esas pedas a las cuatro de la mañana, ¿o sí?
Pero ten fe, todo es para tu bien.