– “Porque soy mexicano”
Esa fue la respuesta que dio el director mexicano Guillermo del Toro después de ganar el premio a Mejor Director en los Golden Globes, y una reportera le preguntó:
“Usted tiene la habilidad de ver el lado oscuro de la naturaleza humana, la fantasía y el terror… pero también es una persona alegre y amorosa, ¿cómo encuentra ese balance?”.
Como todos saben, después de esa respuesta se desató la locura, y esta frase del buen Memo “Del Totoro” se volvió un meme, útil para explicar varias de las costumbres más pintorescas de la urbanidad mexicana.
A raíz de esto, nos dimos cuenta de la gran cantidad de cosas que hacemos “nomás porque somos mexicanos”, aquí algunas de ellas:
Nos sabemos la coreografía de las canciones de Caballo Dorado.
- Cantamos con mucho sentimiento las canciones en inglés, aunque no tenemos ni idea sobre qué hablan.
Le decimos Pepsilindro a cualquier termo para trasladar nuestras bebidas (aplica para gente nacida entre los noventas y ochetas).
Nos dan emoción los juegos de la Selección (sí, incluso los partidos moleros). Lo malo es que al final terminamos chillando…
Si vemos que algún desconocido se acerca a nosotros, nuestra primera reacción es decir “no gracias”.
Tenemos bolsas del súper y el mercado llenas de más y más bolsas.
Usamos cubetas para apartar “nuestro lugar” en la calle.
Cualquier fiesta o reunión (incluso los bautizos, primeras comuniones y los funerales) terminan en borrachera.
Todo el tiempo hablamos con albures.
Las traducciones a los títulos de películas nomás no se nos dan.
Una tortilla con sal es un manjar de dioses.
Para nosotros, los botes de yogur y helado son el mejor lugar para guardar la comida que nos sobró:
Y para los hilos y botones, las medicinas y demás tiliches, lo mejor son las cajas metálicas de galletas (de esas que le gustan a las tías).
Le echamos salsa a todo…
… y también limón:
Comernos un bolillo es lo mejor para ‘el susto’.
Le decimos Arturito a R2-D2.
Si vemos a alguien comiendo -aunque no lo conozcamos- le decimos ‘provechito’.
Nos llevamos el centro de mesa, aunque ni nos haya gustado, sea de mal gusto, o no tengamos dónde ponerlo.
Usamos chicles como dinero cuando no hay cambio.
Nos dan miedo los chanclazos de nuestras mamás y abuelas.
Usamos el horno de la cocina como bodega de trastes y ollas.
Los tenis que no queremos van a dar a los cables de luz.
Siempre deseamos hundir la cabeza del festejado en su pastel de cumpleaños.
Cuando nos sale un perro usamos piedras invisibles para espantarlos.
Si no queremos que llueva, clavamos un cuchillo en la arena. Lo peor es que, contra toda lógica, este método casi siempre funciona.
Y ustedes, ¿cuántas de estas cosas hacen?