El Oscuro Origen de los “Niños Héroes” de Chapultepec

La efeméride más campechana de nuestro Mexiquito.

La celebración del Día de los Niños Héroes de Chapultepec, es una de las efemérides más campechanas que tenemos en México. Existen tantas versiones como sabores de tamales, pero ¿cuál es su verdadero origen?

Muchos dicen que es un mito, otros que no eran niños o que no era héroes; que Juan Escutia se resbaló, que su heroísmo fue cobardía y miles de teorías que dan para escribir un libro.

La Verdad Histórica es la siguiente:

“El 13 de septiembre de 1847, los Niños Héroes nos dieron una lección de orgullo, coraje y dignidad, al resguardar el Castillo de Chapultepec frente al asalto de tropas invasoras.”

Ahora preguntémonos ¿por qué celebramos a unos niños?, ¿por qué son héroes? y ¿por qué sus esculturas parecen velas?

Son velitas o son espárragos, depende cuánta hambre tengan

Los madrazos: la toma de Chapultepec

Todo empieza en 1847. Un año antes Estados Unidos le declaró la guerra a México y, para hacerle honor a su larga historia, nos invadió. Todo este conflicto fue promocionado por Texas, entonces habitada por ciudadanos estadounidenses, que preferían no ser parte del equipo mexicano.

La bronca se hizo más grande y todo terminó en la declaración inmediata de la guerra, el 13 de mayo de 1846. Para ponerse a las patadas con Sansón, México también declaró la guerra.

Lo que siguió fue una serie de batallas que llevaron a la defensa del Castillo de Chapultepec. Esta maravilla arquitectónica de la capital, vio sus puertas defendidas por varios batallones… todos arrasados por el ejército norteamericano.

Los últimos en caer fueron seis chamacos, cadetes nalgasmeadas: Juan de la Barrera y los cadetes Agustín Melgar, Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Vicente Suárez y Juan Escutia.

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Estos también fueron arrasados sin piedad alguna, pero cayeron como los grandes. Ya sabemos cómo nos encanta envalentonar al que pierde, pero le echó muchas ganas.

Nace la leyenda: Juárez

La primera vez que se habló de los Niños Héroes fue en 1871 gracias a Benito Juárez. El oaxaqueño quiso conmemorar el asalto, asedio y toma del edifico más importante de México como un acto chingón comandado por seis chamaquitos.

Sin embargo, para sus enemigos los “conservadores” (los que tenían pelucas blancas y tacones divinos), la historia era mentira y dijeron que los que “defendieron” el castillo eran más bien tipos borrachos y que no eran alumnos militares.

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Entre que si son peras y son manzanas, a partir de ese año, el 13 de septiembre recordamos a seis criaturas como grandes héroes que perdieron para… para nada, porque se tomó el castillo y en el Zócalo pusieron la bandera de Estados Unidos.

Ahora, el Colegio Militar Nacional en 1847 repartió una medalla de honor para reconocer a sus héroes más destacados, dignos de mandar su currículum a los Avengers.

Nomás que como el ejército es bien vivillo, los primeros en recibir esta medallita fueron puros muertos, entre ellos los Niños Héroes, que fueron parte de la gran lista de ejecutados por el ejército gringo.

¿Y por qué lo seguimos celebrando?

Que los Niños Héroes sea un mito no es coincidencia, así como tampoco lo es su celebración y conmemoración.
El presidente Juárez se encontraba en un periodo difícil de su presidencia y conmemorar a los chiquillos le ayudó a consolidarse como héroe nacional, cuando entre sus fechorías estuvo casi vender México a Estados Unidos con los tratados McLane-Ocampo, dando autoridad a las fuerzas policiales gringas en nuestro territorio.
Así mismo, este mito es una necesidad en la historia mexicana: estamos llenos de derrotas que saben a miel y victorias que saben a hiel.
Entre las caídas de los imperios y los partidos agónicos en octavos de final de los mundiales de fútbol, el mexicano que triunfa es visto con malos ojos porque, pues eso no es muy mexicano.
Una derrota honrosa condena nuestros pasos a seguir caminando en dirección a ese laberinto de siempre: vencidos, adoloridos, despojados y amarrados… pero con hartas fiestas patrias.
¡Viva México!